Las ferias comerciales urbanas son, ante
todo, un lugar de intercambios comerciales, un espacio de interacción social,
de encuentros y socialización. Pero a su vez también ofrece, a algunas
personas, un ámbito de trabajo particular: un espacio que hemos definido como
difundido, difuso y conflictivo (Busso y Gorban, 2003).
La calle o el espacio público eran, para la mayoría de los
investigadores de temas laborales, "el afuera", "el recorrido
hacia...". Sin embargo, las transformaciones del mundo del trabajo y el
empleo, multiplicaron la cantidad de vendedores ambulantes, cartoneros,
fruteros, verduleros, artesanos, feriantes, canillitas, cuida coches, artistas,
floristas, etc. -en su mayoría autoempleados o familiares sin salario-. Estos
trabajadores que encontraron en la calle el lugar desde donde ejercer sus
actividades laborales, hicieron de este espacio un cautivante tema para
aquellos que pretendemos aportar al estudio del mundo del trabajo.
Desde los orígenes del capitalismo la fábrica constituyó el
espacio tradicional del trabajo. Sus paredes daban amparo a miles de
trabajadores y a las tareas que estos desarrollaban, sus herramientas, sus conflictos,
así como a las “leyes” que los controlaban y regulaban en sus puestos, frente a
la máquina y al patrón. El ámbito de trabajo estaba separado de otros, del de
esparcimiento, de tránsito, de juego.
Los trabajadores tenían “su lugar”, y éste era el mismo cada día.
Por el contrario, en el espacio público la demarcación no es siempre explícita;
a su vez, las inclemencias del tiempo, junto a la continua circulación de
gente, hacen del espacio laboral un lugar en constante movimiento y
transformación.
Las ferias se caracterizan por desarrollarse primordialmente en
espacios públicos, por congregar actividades comerciales de bajo capital, por
la facilidad de acceso y egreso de las ocupaciones que allí se desempeñan y por
la centralidad que adquiere la fuerza de trabajo (en desmedro de maquinarias o tecnología).
Estas actividades se desarrollan predominantemente en puestos fijos o
semi-fijos. Estas características son propias de lo que, según la perspectiva
de la OIT, se ha definido como “trabajoinformal”.
Ahora bien, los feriantes –entre otros- ejercen sus actividades en
el espacio público, en la esfera pública, la cual ha sido comparada con la luz
plena por Hannah Arendt, en La condición humana(1998). Hacer público
algo significa exponerlo a la claridad, develar lo que crece al amparo de la oscuridad,
develar lo que prospera en lo oculto. Lo público es aquello que se opone a lo
privado, aquello que es expuesto ante todos para ser visto; es lo que se
“ventila a la luz del día”.
Esa reflexión conlleva a una de las principales tensiones en las
que se encuentran inmersos dichos trabajadores. Si por definición muchas veces
son remitidos al trabajo “en negro”, no-registrado u oculto, por el tipo de
actividades que desarrollan, necesariamente suponen la esfera pública, “la luz plena”
como diría Arendt, ya que la mayor parte de las actividades emprendidas por
estos trabajadores se desarrolla en espacios públicos tales como plazas,
ramblas o veredas. Esos espacios, que se nos aparecen como lugares de
esparcimiento, de paseo, de tránsito, de paso, se transforman en el espacio de
trabajo, en el que los frutos de su actividad, los valores de uso, se
convierten en mercancías, en valores de cambio, como diría la sociología y la
economía clásica.
Este tipo de espacios son lugares de encuentro y de intercambio de
bienes, pero principalmente de información. En “Les vendredis de Carpentras”
(“Los viernes de Carpentras”) Michèle de La Pradelle nos describe la situación
de un pueblo del sur de Francia que todos los viernes “vive el mercado”, y lo vive
de una forma distinta, porque la feria es en sí misma una “realidad en
movimiento”: “… el mercado de Carpentras es una realidad en movimiento:
siguiendo una trama similar, cada viernes es un acontecimiento diferente. Los
actores, los productos, la extensión y la densidad del mercado varían constantemente,
principalmente según las estaciones del año” (de La Pradelle, 1996: 60).
Ahora bien, decíamos que en este tipo de mercados no se
intercambian únicamente bienes y servicios, sino que ser el espacio de
encuentro y relaciones sociales se convierte muchas veces en un motivo primordial
para aquellos que arriban a las ferias. De La Pradelle nos comenta que “la
mayoría de mis interlocutores tienden a minimizar sus compras en el mercado
(...) todo pasa como si cada uno reivindicara para sí mismo una relación
esencialmente lúdica y simbólica con el mercado” (de La Pradelle, 1996: 97).
A su vez, este espacio de relaciones sociales, lúdicas y simbólicas,
se presenta también como un lugar de trabajo. Es decir, el ámbito desde el cual
generar ingresos que garanticen la producción y reproducción de sus condiciones
de vida. Feriantes tradicionales, nuevos y ocasionales comparten el mismo
ámbito de trabajo. Sin embargo nos interesa resaltar que el espacio feria es
vivido como espacio de placer y socialización no solo por los “clientes”. En
este sentido, el estudio de de La Pradelle sostiene que “tratar el mercado como
un momento de placer (y no como un "método de distribución") es una
norma de comportamiento que también se da entre los feriantes. Para seducir al cliente,
es esencial que no sea evidente que se está allí para vender” (de La Pradelle,
1996 : 91).
Otra característica que se infiere de este tipo de actividad
laboral es que se trata de un “trabajo libre”.La libertad remite no solo al
hecho de suponer que estos trabajadores eligieron esta actividad sin restricciones,
sino también por el hecho que se trata de actividades independientes o cuentapropistas.
Estas características, analizadas y explicitadas en estudios europeos, no son
claramente observables en América Latina. Posteriormente analizaremos la
existencia e incidencia de restricciones al momento de decidirse emprender este
tipo de actividades, como así también cual es el tipo de control, reglamentación
y dependencia que recae sobre estos trabajadores.
En resumen, las ferias son un espacio histórico de intercambios,
pero no solo de mercancías, sino también de historias, de vivencias, de códigos,
de costumbres, de informaciones. Las ferias son entonces un espacio de intercambios
económicos y socio-culturales, donde se superponen sus características de
institución social, forma económica y entidad cultural.
Esta Defensoría realizo una inspección sobre
la feria ubicada en barrio solidaridad y comprobó la ausencia de venta de ropa
usada, sino que se constató que los vecinos ofrecían productos elaborados,
tales como tortas, masas aceites, productos de limpieza fraccionados por ellos
verificando que en muchos casos se trataba de vecinos que realizaban esta
actividad con fines sociales más que económicos.-
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